"Estuve cuatro meses limpiándome los ojos con saliva y viendo cómo se me caía la piel a pedazos". Ángel Alborch, prisionero del campo de concentración de Padrón (A Coruña).
"Estábamos llenos de bichos. La ropa, las mantas... todo estaba repleto. Aquello era una plaga. Cuando alguna vez te quitabas la ropa y la dejabas en el suelo parecía que se movía de la cantidad de piojos que tenía. Solíamos pasar el tiempo matándolos, pero era imposible. Se nos quedaban los dedos negros del montón que aplastábamos con las uñas". Francesc Vernet, prisionero en el campo de concentración de Orduña (Vizcaya).
"Cuando ya pasaron las primeras 24 horas, empezamos a hacer nuestras necesidades siempre en los mismos rincones, tras los burladeros [...]. Cuando ya llevábamos catorce días, a pesar del frío, los olores eran muy desagradables". Luis Pérez Villalba, prisionero del campo de concentración de la plaza de toros de San Sebastián.
"Por la mañana sacudíamos las mantas y se formaba tal nube de polvo que no se podía respirar. Cuando ya todos nos habíamos puesto en pie, era normal encontrar cinco o seis tendidos en el suelo porque estaban muertos. Esto pasaba a diario, y entonces pedían cuatro voluntarios, cogíamos la manta del mismo muerto y en ella lo llevábamos a una furgoneta que ya esperaba en la puerta cada día. Siempre se iba llena de muertos". Gabriel Montserrate, prisionero del campo de concentración de San Marcos (León).
"Muchos de los que allí estábamos llevábamos heridas aún no curadas. Heridas no muy importantes que hubieran podido curarse fácilmente, pero que allí se agravaban por la falta de asistencia. Esto unido a la mala alimentación contribuyó a que muchos de aquellos compañeros, heridos leves, se muriesen a causa de la infección". René Rodríguez, prisionero del campo de concentración de Viator (Almería).
"Al no tener enfermería, ni medicinas, los médicos-prisioneros hicieron verdaderos milagros. Recuerdo que en una ocasión el Dr. Guimón empleó como bisturí un trozo de la tapa de un bote de leche condensada para, después de aguzado, hacer a un joven palentino una incisión de un absceso grave que tenía en un costado". Víctor Uriarte, prisionero en las bodegas del barco Upo Mendi.
"Era tan escasa la comida que el intestino dejaba de trabajar. Pasábamos varios días sin cagar y las heces se nos volvían tan duras y secas que se formaba una bola en el recto que por mucha fuerza que hicieras no podías expulsar. Así que, no había más remedio que meterse un dedo por el ano y deshacer la bola con la uña para poder evacuar [...]. También había quien se introducía las varillas de las latas, sí. Como te puedes imaginar las deposiciones eran muy dolorosas, sangrabas... Fue muy desagradable, pero no había alternativa. Los que no lo hacían morían de una infección intestinal". Trinitario Rubio, prisionero en el campo de concentración de Orduña (Vizcaya).
*Breve selección de testimonios publicados en Los campos de concentración de Franco (Ediciones B, 2019). En la obra se citan detalladamente las fuentes de las que han sido extraídos.